martes, 5 de abril de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

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CAPÍTULO IX
Página 2

Krom cazador
Krom cazador

La muchacha asintió en silencio, tragándose las lágrimas que pugnaban por escapar de sus ojos. Sabía que tenía razón. Se obligó a ser fuerte, a luchar un poco más.
         Las horas siguientes fueron un angustioso avance contra el tiempo, una lucha por escapar del incierto territorio minado por las ciudades subterráneas. «Hasta que no dejemos atrás su poder, no habrá posibilidades para nosotros», afirmó para sí la muchacha. Eso recrudeció su decisión: con un objetivo concreto era más fácil seguir caminando a pesar del agotamiento; teniendo presente que el radio de acción del Mundo Subterráneo tenía que acabar en algún punto se podía albergar alguna esperanza.
         Y así cubrieron tanta distancia como les permitieron sus fuerzas.

Vislumbraban ya el final del bosque, la parte donde los árboles empezaban a ralear, aisladas siluetas oscuras contra el cielo cada vez más negro, cuando Krom sintió algo que le hizo detenerse de golpe y escudriñar ansiosamente alrededor. Había vuelto a sucederle, su instinto, agudizado por años de entrenamiento, le avisaba del peligro aun antes de que su mente pudiera interpretarlo.
         Un silencio extraño se había apoderado del bosque. Eso era. Krom era un cazador. Su supervivencia dependía de cosas tales como saber interpretar los sonidos y su ausencia, atender a los olores o confiar ciegamente en las intuiciones que le sobrevenían sin previo aviso. No era capaz de ver en la oscuridad como Laya, pero conocía los senderos del bosque y las trampas de la maleza mejor que las líneas de su propia mano.
         Se llevó un dedo a los labios y luego cogió con fuerza la mano de la mujer. La llevó corriendo entre la intrincada maleza, en silencio, dibujando zigzags como si fueran un par de culebras sinuosas de vuelta a la hondura de la fronda, parándose de vez en cuando a escuchar con el corazón desbocado.
         Algo les perseguía. Y sospechaba que no eran los suyos, los cazadores de Triam, pequeños aunque indefinidos indicios así se lo hacían saber.

Condujo a Laya hasta una abertura entre unas piedras, en la hondura benéfica del bosque, alejados del itinerario previsto. Era un refugio perfecto para acechar cualquier pieza. Quedaron totalmente ocultos de la vista. Inmóviles, pasarían desapercibidos incluso para los animales salvajes. O eso esperaba Krom, rezando a los dioses por primera vez en su vida.
         Por las explicaciones recibidas de Laya, se imaginaba que los nuevos perseguidores tenía que venir de alguna ciudad cercana, lo que significaba que, tal vez en ese mismo momento estuvieran pisando la cima de una de aquellas misteriosas urbes enterradas. Eso le producía una aversión difícil de entender.
         De pronto, Krom le tapó la boca a Laya con su mano, había oído algo cerca. Permanecieron en angustiosa tensión unos minutos. El sonido de carreras y jadeos se aproximó en la oscuridad. Los Recolectores llegaron muy cerca, y se quedaron escudriñando la espesura, prestos a capturarles. Por algún motivo parecieron detenerse justo a un tiro de piedra de su escondrijo, como si algo en los alrededores hubiera llamado su atención y estuvieran estudiando atentamente cada arbusto y cada piedra, árbol o sombra.

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