jueves, 24 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

#13Capítulos13Semanas
CAPÍTULO VII
Página 4

Juntos-Antonio Amboade

Antonio Amboade


Abandonó la tienda a hurtadillas, había dejado de llover. Se deslizó como una sombra hasta la Casa grande y forzó la puerta, apenas asegurada. Sabía que Laya podía ver su cara en la oscuridad. Así que según entró en el sagrado recinto, se llevó un dedo a los labios pidiéndole silencio, confiando en que su gesto fuera suficiente. Las llaves de la cadena estaban junto a la puerta, lejos del alcance de la muchacha.
         En tan solo un instante Krom se hizo con ellas, y luego se fue hasta Laya y le soltó las ataduras, recomendándole una vez más que no hiciera ruido. Luego, juntos y de la mano se encaminaron a la puerta. Solo disponían de unas pocas horas. Al amanecer toda la aldea se pondría en pie y enviarían a los mejores guerreros en su persecución.
         Amparados por la oscuridad abandonaron con sigilo el campamento. Los perros fueron testigos de su huida, pero por alguna extraña razón no ladraron. Tal como había sucedido por la tarde, después de avistar a la muchacha, solo emitieron bajos gemidos de angustia y prefirieron alejarse del objeto de su temor antes que plantarle cara o dar siquiera la alarma.
         Krom le entregó a Laya unas botas que había llevado para ella. Pertenecían a su madre y eran de primorosa factura, curtidas con esmero y hechas en el estilo que se usaba en las planicies, con la punta vuelta hacia arriba y la caña alta. Y luego la obligó a correr.

Corrieron sin detenerse durante mucho tiempo, porque les iba la vida en ello, ambos lo sabían. Se alejaron hacia el norte, escarpado y sombrío, tratando de ganar cualquier resquicio que les librara de la luz del alba aunque fuera durante unos minutos preciosos de más. Cuando Laya flaqueaba Krom tiraba de ella, sin permitirse descanso alguno y tratando de acallar el tornado que se había apropiado de su mente.
         Sabía que aquello era el adiós definitivo a su vida de antes. Había traicionado a los suyos, ayudando a huir a la extranjera y a partir de ahora sería un fugitivo, un paria sin pueblo y sin nombre. Si daban con ellos no habría piedad, por más que Sammyn fuera una poderosa Soñadora y aunque el recuerdo de la labor de su abuelo contara para algo. La desaparición de Laya, y la ayuda que él le había prestado, les convertían para siempre en fugitivos. Ella era el enemigo. Él era ahora un traidor. No habría piedad para ellos.
         Pero no podía compartir esos funestos pensamientos con la chica, ella ya llevaba su propia carga. Ni siquiera había podido explicarle nada, eso tendría que esperar. Laya había aceptado su regreso sin reproches y sin preguntas. Y por gratitud a su confianza él seguiría callando ahora y no añadiría más dolor al que ella había tenido que soportar.

Vieron tras de sí el amanecer. La luz surgía en el este y avanzaba en su persecución. Dónde ir, esa era la acuciante pregunta. El regreso era imposible, lo que había delante una incógnita. Y Laya no soportaría la luz de un largo día, ambos lo sabían igualmente.
         Un poco más hacia el noroeste se veía el resplandor de un río. Se internaba en una espesa y cerrada arboleda para perderse luego de vista. Se exigieron un último esfuerzo hasta llegar allí y corrieron alentados por el miedo.
         A la sombra protectora de los árboles frondosos, junto al agua, se permitieron un breve descanso. No podían moverse y apenas hablar, cada inspiración era una batalla dolorosa por devolver el aire a sus exhaustos pulmones. Pero el tiempo apremiaba; había que tomar una decisión. Pronto.

Krom era muy consciente de que el riesgo de que les dieran caza los suyos aumentaba a cada minuto. Si Laya no podía seguir avanzando durante el día, les atraparían en poco tiempo. Su gente no tenía el impedimento de la luz diurna, más bien todo lo contrario. Las horas de ventaja que llevaban se perderían en la forzosa inactividad diurna. Además, los guerreros de la tribu eran todos expertos rastreadores, que olfatearían su rastro con la facilidad de auténticos sabuesos, escrito de forma indeleble en la maleza y tierra del camino que habían seguido.
         Ni el tiempo ni las fuerzas les hubieran permitido borrarlo, así que Krom ni siquiera se lo había propuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario