viernes, 25 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

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CAPÍTULO VII
Página 5


abrazos-anime


—Laya —le dijo con voz grave—, tenemos que seguir. Aprovecharemos la sombra tupida del bosque mientras podamos, evitaremos salir al descubierto. Pero tenemos que ganar distancia sea como sea, o nos cogerán en pocas horas. —Luego calló un momento, debatiéndose consigo mismo, buscando la mejor forma de expresar lo que quería decir. Pero no había palabras apropiadas, al final solo dijo, mientras abrazaba a la muchacha en un impulso—: Lo siento, lo siento tanto…

         Lo murmuró contra su pelo, liso y negro, como un manto fragante que envolvía sus hombros suaves. Sintió que ella se estremecía en sus brazos y entonces su pena y su preocupación le desbordaron por completo y, antes de darse cuenta, se lo contó todo, a borbotones, sintiendo que nadie en el mundo le había escuchado nunca antes así.

Pasaron los minutos y siguieron igual, abrazados e inmóviles, compartiendo el miedo y la tristeza hasta que se volvieron soportables. Ella quiso también confiar en él, su lealtad estaba con ese muchacho que, lejos de fallarle como había temido, había seguido siendo su aliado y se había vuelto incluso en contra de los suyos por ello. Así que le correspondió a su vez. Le habló entonces de Takl-in-Maku y de su vida anterior, de todo el complejo Mundo subterráneo donde vivían multitud de seres como ella. Del desmesurado territorio que podrían abarcar las ciudades bajo la tierra, desconocido incluso para ella.
         Rápidamente le contó todas las cosas que había guardado para sí y le explicó los motivos por los que tuvo que escapar, la añoranza que sentía en algunos momentos, pero también ese sorbo maravilloso de libertad, nuevo para ella, que le prometía la felicidad. Luego refirió otros detalles concretos, sobre la configuración de su ciudad y su emplazamiento aproximado, su extensión y su increíble profundidad, y sus conexiones con otros lugares, a través de amplios caminos subterráneos que su gente había excavado quizá eones atrás. Todo para que pudiera comprender con qué se estaban enfrentando, hasta dónde podían llegar los que la perseguían para lograr su objetivo. Si él estaba a su lado tenía que saber, porque estando con ella se había convertido en otro enemigo.
         Krom la escuchó atónito, casi sin poder creerla. De pronto, de manera instintiva, miró con aprensión debajo de él, tratando de llegar con la imaginación más allá de la tierra que pisaba. Por lo que ella había dicho era posible que se hallaran, que él se hubiera hallado siempre, o de vez en cuando, encima de alguna de aquellas escondidas ciudades. Imaginó seres extraños mirándole desde la oscuridad. Qué poder tendrían en su mundo, qué terribles maravillas guardarían allí abajo.
         —Qué podemos hacer entonces —le preguntó a Laya con un hilo de voz, tomándola por los hombros para mirarla fijamente a los ojos—. ¿Crees que tenemos alguna posibilidad?
         —Todavía hay esperanza, créeme —le animó ella, fingiendo una seguridad que no sentía—. Tenemos algo de margen a nuestro favor. Mi gente sufre como yo bajo el astro ardiente, así que no es fácil que se arriesguen a salir mientras haya luz. Hagamos como dices, corramos mientras nos queden fuerzas.
         Krom la observó despacio, sin responder, como si quisiera grabarse para siempre en la memoria su expresión valiente y a la vez tan vulnerable, la luz inteligente de sus ojos, su pelo negro… hasta quedarse prendido en sus labios entreabiertos. Sin darse apenas cuenta de lo que hacía, los acarició con la yema del pulgar, suavemente. Y en un súbito impulso se inclinó hacia ella y la besó, un solo beso fugaz que sellaba un pacto mudo entre ellos.

Y la tomó de la mano en silencio, con la determinación que da el desespero, y corrieron juntos, ligeros como el viento hacia el corazón de aquel bosque húmedo y sombrío.

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