lunes, 28 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

#13Capítulos13Semanas
CAPÍTULO VIII
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Los Recolectores de Takl-isten-Fao habían dado la captura por perdida horas antes, cuando los fugitivos lograron alcanzar el perímetro del poblado de Exteriores y se internaron bajo su protección. Aún se quedaron un tiempo agazapados entre las sombras, hasta asegurarse de que los dos jóvenes no volverían sobre sus pasos. Fuera lo que fuera lo que les aguardaba en el poblado, ya no estaba en sus manos intervenir. Se hallaban en evidente inferioridad numérica y tampoco podían correr el riesgo de ser capturados, poniendo así su ciudad y su propia existencia al descubierto.
         Así que regresaron con su gente y contaron lo que habían visto. Eran malas noticias, todos lo sabían, se había producido lo que los sacerdotes temían por encima de todo. La muchacha huida era la prueba viviente de la existencia de su raza, de que el suyo no era solo un mundo mítico, que los viejos propagaban en las historias junto al fuego. Su secreto quedaba al descubierto y ya solo era cuestión de tiempo que fueran hallados y tuvieran que pelear por sus vidas. Acababa, tal vez, toda una era.
         El asunto era demasiado grave para mantenerlo confinado en Takl-isten-Fao. El Primer Sacerdote hizo llamar al Comunicador de la ciudad y le dijo lo que quería que hiciera. Un tiempo después el mensaje había sido enviado. Solo quedaba esperar.

Era noche cerrada cuando llegaron noticias de Takl-in-Maku, acompañadas por estremecedoras señales. La cólera del Dios de la Roca Negra se hacía sentir por todo el Mundo Subterráneo, como sangre conducida por las venas. Una serie de pequeños temblores, irradiados desde el Santuario que era la Casa del dios, se extendió por la intrincada red de túneles que enlazaban las cavernas del mundo. Las paredes se tambalearon y algunos respiraderos quedaron cegados. El agua borboteó en los canales y los animales se removieron inquietos en los establos, percibiendo el gemido de la tierra.
         El dios les advertía.
         Desde la ciudad central les llegó su mandato, transmitido por las voces de los acólitos. El dios no admitiría demoras ni obstáculos, tendrían que enviar a todos los hombres capaces que fueran necesarios al poblado de los Exteriores, y traer de vuelta a Laya Mervânie, para que no pudiera hacer más daño del que había ocasionado hasta entonces. Y eliminar los testigos de su presencia que pudieran suponer una amenaza para ellos, los guerreros y los hombres adultos que hubiera en el poblado.
         Todos, sin excepciones.

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