viernes, 18 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

#13Capítulos13Semanas
CAPÍTULO VI
Página 5

Hechicera-Jolara priestess
Jolara Priestess

El pueblo entero se sintió ganado por las palabras del viejo Soñador y se levantaron murmullos de aceptación. ¿Y Krom? Krom sentía cómo la desconfianza le tentaba, minando sus certezas, arrojando sospechas... Las palabras del hombre tenían una autoridad difícil de resistir. Parecía haber visto a Laya claramente en su cabeza, haberla conocido en el primer instante, y hablaba con gran seguridad del pueblo de ella y sus costumbres sin haber abandonado nunca las tierras de su pueblo. ¿Cómo era todo ello posible, salvo que fuera la verdad, certezas reveladas por los sueños de poder? Y había otra cosa aún, ¿por qué la muchacha no le había contado nada de aquello?, ¿por qué no había confiado en él y le había revelado que vivía bajo el mundo, en algún agujero oscuro donde se hacinarían otros como ella? Si es que eso era posible, claro.
         Pero ella no decía nada, no negaba, se contestó Krom. Tenía que haber entendido al menos lo suficiente para saber lo que el viejo Crull estaba insinuando. Que vivía en una caverna, de espaldas a la luz del sol y el aire.
         Por un momento sintió un ligero rechazo, ¿cómo era posible vivir así?, ¿qué clase de criaturas aceptarían esa existencia de alimañas? Tuvo que admitir que no sabía nada de ella. Era una desconocida, una extraña. ¿Sería acaso posible que le hubiera hechizado para obtener de ese modo su ayuda?, ¿era por eso que sentía por ella algo tan intenso y a la vez tan inexplicable?

Se volvió de nuevo hacia la muchacha y la miró con detenimiento, como si la viera por primera vez. Pero no —le gritó entonces el corazón—, cómo iba a ser maligna aquella criatura dulce y desvalida que el destino había puesto en su camino. Miró sus ojos claros, con aquella luz misteriosa que les nacía dentro. Su piel blanca como luz de luna, lacerada y amoratada por los avatares de la huida. El cuerpo pequeño y bien formado, de exquisita femineidad. Y sintió el impulso de abrazarla y librarla de las aviesas miradas de su gente, protegerla de todo mal, de la incomprensión con que la juzgaban aquellos que no la conocían.
         Sin embargo, siempre le habían dicho —le recordó otra voz en su cerebro, resucitando el dilema— que el mal se disfrazaba con hermosas apariencias. Y que los incautos caen primero en sus redes. Ella le había engañado, o al menos no le había dicho toda la verdad. ¿Le habría utilizado tan solo para poder escapar?

Eugeniy Sauchanka & Adam Wallace by Nicolas Guerin

Eugeniy Sauchanka & Adam Wallace by Nicolas Guerin

—Ha sonado la hora —continuó el viejo Soñador, interrumpiendo sus pensamientos—, tomemos lo que se nos ofrece y hagamos algo con ello. Podemos acabar para siempre con el peligro que acecha bajo nuestros pies.
         La multitud rugió su acuerdo, la exaltada exhortación de Crull, el ciego, había conseguido su objetivo, desatando su fervor y dirigiéndolo contra la muchacha. Laya se encogió acobardada, sola frente a los cientos de ojos severos y despiadados que la contemplaban. Pero no trató de resistirse ni un segundo, no pensó en huir. Se hallaba paralizada por el terror, aturdida por el desconcierto más absoluto. Nada de aquello podía ser real, nada de eso podía estar ocurriendo. Se veía rodeada por una multitud de exteriores y Krom parecía ser de nuevo uno de ellos. Miraba sus cabellos largos y desaliñados, sus ásperas ropas de cuero curtido, tan diferentes de las prendas que vestían los suyos, en el interior abrigado de la tierra. Se adornaban con cuentas y extraños amuletos, sus ojos eran intensos y fieros, apagados, y su piel curtida y surcada por tatuajes y pinturas. Y eran altos y de músculos abultados. Aun las mujeres y los niños tenían un aspecto amenazador que a Laya le hacía creer en todos los cuentos de miedo que había estado oyendo desde niña. Aquellos seres no eran humanos, no en el sentido que la palabra tenía para ella.
         Trató de recordar lo que Krom le había hecho sentir. Él era como ellos, y sin embargo había sido su amigo. ¿O ya no lo era? El mazazo terrible de aquel pensamiento acabó de hundir sus minadas reservas. Para qué luchar contra lo inevitable, se dijo. Y así sucumbió ante sus enemigos antes incluso de haber luchado.

Krom navegaba en un mar de dudas. Pero dejó que su instinto las resolviera por él y tomó su decisión. Fuera quien fuera, ella era inocente, no había hecho mal alguno, ni a él ni a nadie de todos esos que la sentenciaban con tal rigor. Él no iba a ser igual, no la iba a condenar sin un motivo. En cualquier caso, aquello no era justo, un innato sentido de la decencia y de la compasión le animaba a ponerse de parte del débil y en contra de la mayoría abrumadora, que quería ser juez y verdugo sin dar a la víctima ninguna oportunidad.
         Trató de comunicarle su solidaridad en silencio, con una mirada cómplice que intentaba trasmitirle aquello que no podía pronunciar, sin estar convencido de que ella pudiera entenderlo. Luego se volvió hacia los suyos, como si rechazara a la extranjera y volviera al lugar correcto, el que le pertenecía por nacimiento.
         Entonces Laya fue conducida, a empellones, hasta la Casa de Piedra, con la multitud rugiendo tras de ella, y atada allí dentro con cadenas a una gruesa argolla que había en la pared. Después de la cena, todos los adultos serían convocados a la Sala Grande y se decidiría su suerte.
         Krom la había conducido allí para salvarla, y ahora era muy posible, se recriminaba en silencio, dirigiéndose cuantas palabras duras conocía, que hubiera llevado a la muchacha directa a la muerte… o algo peor que no era capaz de permitirse imaginar.

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