lunes, 14 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas

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CAPÍTULO VI
Página 1


Laya escondida bosque

El alba fría se abrió paso en la llanura, plateando los montes aún dormidos y las tiendas cerradas del poblado. Krom se rebulló inquieto en su camastro, obligándose a actuar con una forzada normalidad pero rogando por dentro que a nadie se le ocurriera despertar en aquel momento.
         Salió con sigilo a la mañana diáfana y se estiró con deleite, libre tras el inevitable encierro nocturno. Se alejó del campamento para orinar y empezó a planear sus siguientes pasos.
         Cuando volvió junto a las tiendas lo tenía todo previsto: rebuscó entre las provisiones hasta dar con unas cuantas raciones de carne seca, algo de queso y unas manzanas silvestres. Por último, agarró el pellejo del agua y otro, más pequeño, que llenó de rajíi, la bebida fermentada que fabricaban las mujeres de la tribu a partir de leche de yeguas.

El camino hasta el bosque le llevó un par de horas, iba modificando premeditadamente su curso para confundir su rastro, alternando rocas y riachuelos, cuando los encontraba, para disimular incluso su olor. Por fin alcanzó el confín de la fronda y echó un último vistazo alrededor para asegurarse de que nadie había podido seguirlo. El día anterior había sentido el miedo de ella, la necesidad de esconder su presencia de algo o de alguien. Hasta que Krom supiera a ciencia cierta quién era ella y de qué huía, extremaría las precauciones.
         Llegó al pie del castaño donde había dejado a cubierto a la muchacha y volvió a mirar, nervioso, en todas direcciones. El bosque se hallaba despejado, turbada tan solo su quietud por el sonido suave del viento y el canto de algún pájaro cobijado en las copas.
         Silbó primero la señal acordada y luego, en vista de que no obtenía respuesta, la llamó por su nombre, muy bajito. Nada. Trepó entonces temiéndose lo peor, hasta el refugio que tiempo atrás había construido, camuflado entre las ramas.
         Ella le esperaba. Sus ojos muy abiertos y su respiración agitada delataban su estado de alerta. Pero en cuanto comprobó que se trataba del chico se arrojó impulsivamente entre sus brazos y escondió la cara en su hombro. Su cuerpo cálido y menudo le hizo hervir la sangre. Pensó que hubiera querido quedarse así para siempre, pero tenía que saber qué había ocurrido, intuía un peligro presente. La separó de sí suavemente y le preguntó por ello.
         —Ellos estuvieron aquí. De noche —respondió ella, estremeciéndose de miedo.
         —Ellos, ¿quiénes?
         —Mi gente, los que me persiguen. Aunque no sé del todo quiénes son.
         —Laya, tendrás que contármelo todo, tengo que saber con qué nos enfrentamos.

Había dicho «nos», se dio cuenta. Había asumido que la suerte de la chica se hallaba ligada a la suya. Ella aún dudó un momento, pero comprendió que tenía que decidirse; tarde o temprano él lo averiguaría todo. Sin embargo, seguía temiendo su incomprensión o incluso su rechazo. Después de todo, aunque no fuera como los otros, el chico era un exterior, alguien que vivía en un mundo opuesto al suyo. Así que le diría, de momento, lo que necesitaba saber.
         —Mi pueblo vive lejos de aquí, en una ciudad muy grande a dos o tres días. Yo… —no sabía bien cómo explicarlo—. Yo no quería hacer algo que ellos consideraban mi deber. Así que me escapé. Ahora soy una fugitiva y ellos me persiguen, creo que temen que pueda delatarles, que le cuente a alguien dónde vivimos y que esos desconocidos vayan allí a atacarnos. —Vaciló de nuevo, tratando de hallar las palabras—. Desconocidos como tú, de otra… de otro pueblo diferente a nosotros —explicó finalmente.
         —Y te han seguido hasta aquí —supuso Krom.
         —Eso creo.
         —Pero, ¿dónde están ahora?, ¿por qué han abandonado la persecución? —Él mismo respondió su pregunta, ahorrando a Laya tener que inventar alguna mentira razonable—. Tal vez al no encontrar tu rastro han seguido su búsqueda en otro lugar. Pero es extraño, no he visto gente en todo mi camino, ni huellas, ni rastro de campamento alguno.
         La chica se encogió de hombros sin saber qué decir. Se sentía mal ocultándole la verdad, pero no podía hacer otra cosa. Hablarle de los suyos hubiera sido una traición mayor, ellos eran su pueblo, su raza, su estirpe. Y había otra cuestión a considerar: a esas alturas la desaparición de Laya sería del dominio común. Cualquier habitante de las profundidades se sentiría amenazado por su libertad y los Recolectores de todas partes estarían advertidos y al acecho. Así que, Laya imaginaba que los intrusos que habían rastreado el bosque esa noche serían muy posiblemente de otra de las ciudades, no de Takl-in-Maku, que estaba demasiado lejos. Si eso era cierto, el pueblo de Krom, que vivía cerca, tendría un acceso fácil al Mundo bajo la tierra, en caso de conocer su existencia. No, lo tuvo claro, no podía ponerlos en peligro de esa manera.

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