CAPÍTULO I
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FIN DEL CAPÍTULO I
Su madre se
la quedó mirando, incapaz de entender qué le estaba planteando.
—¿A
dónde quieres ir a parar, Laya? Dime de una vez lo que quieres.
Entonces
la muchacha se lo contó todo, cómo llevaba meses preocupada por lo que tenía
que cumplirse en breve plazo, al asomo del verano. Le dijo que no sabía por qué
pero que aquel deber se le antojaba insoportable, y que por qué no podían
excluirla de aquella tarea que, como decía su madre, no suponía traba alguna
para el resto de ellas.
—Soy
solo una entre cientos —suplicó con un hilo de voz—, ¿qué importancia puede
tener?
—¡Necia!
—exclamó su madre en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que
nadie las oía—. Es tu deber, se trata del Bien Común, ya te lo he dicho. Solo
se te pide ese esfuerzo insignificante para con los tuyos, tu pueblo, la gente
que te cuida y te da de comer desde que viniste al mundo. ¡Por el Dios de la
Roca! —gimió mesándose los cabellos—, ¿qué he hecho yo para tener una hija tan
ingrata? Debería ser un orgullo —le recriminó—, dar un hijo de tu sangre al
Dios, ¿no lo ves, no lo comprendes? —Calló un momento, mientras parecía estar
mirando hacia atrás en la distancia, a un pasado que solo ella podía
contemplar—. Yo lo di todo, ¿sabes? —continuó muy despacio, con un susurro tan
bajo que Laya tuvo que esforzarse en oír—. Perdí seis hijos antes de tenerte a
ti. Visité más veces la Casa de los Hijos que ninguna otra mujer, parecía que
vivía allí —sonrió sin ganas, una sonrisa tan ácida que se le clavó a Laya en
las tripas, como un dardo de hielo—. Cada vez, la esperanza de que sería
distinto, de que por fin tendría en mis brazos el fruto de mi vientre,
sostendría su cuerpecito tibio, le besaría y le cuidaría, contemplaría su cara
y él me sonreiría… Y cada vez la misma atroz desilusión, el dolor de la
pérdida. Pero no podía quejarme. Y vuelta a empezar, otra vez a la Casa de los
Hijos, otra vez a sentirme ganado enfermo, incapaz de parir un hijo sano. ¡Cada
año! —gritó, con tal cólera en los ojos que Laya retrocedió sin querer—. Así
que no vuelvas a mí con tus quejas nunca más, no quiero oír tus estúpidas
objeciones. O te llevaré a rastras ante el sacerdote del Dios para que él te
haga entrar en razón.
No
volvieron a hablar de aquello. Laya calló desde entonces y se guardó sus
terrores para sí. Ahora la fecha fatídica se acercaba inexorablemente. Se había
preguntado muchas veces por qué le resultaba a ella tan intolerable algo que todas las mujeres cumplían sin un solo
pensamiento de duda o rebeldía.
Algo
tenían que ver, sin duda, las miradas que desde hacía poco venía observando en
muchos de los hombres con los que se cruzaba en el curso de sus tareas, o en
sus paseos, o durante sus juegos en los lugares de descanso. Esas miradas le
hacían sentir vulnerable y desnuda y le decían a las claras que una parte de su
vida y de su manera de sentirse habían quedado irremediablemente atrás. No
volvería a ser la misma, tenía que dejar de ser niña, lo quisiera o no, y
adentrarse en ese túnel aterrador de la vida adulta que tenían planeada para
ella.
Sobre
todo había algunos hombres, insistía para sí con aprensión, a los que hubiera
dado lo que fuera por mantener lejos de ella y de la Casa de los Hijos. Hombres
rudos o violentos, con fama de ser crueles, que la habían tratado con desprecio
a veces, o que la acosaban como si hubieran decidido convertirla en la próxima
presa que iban a cobrarse en sus cacerías. Y solo podría rechazar a dos, se
decía cada vez que se topaba con alguno de ellos.
Y
aunque pensar todo eso ya era suficiente para sumirla en la desesperación,
había veces que se sorprendía yendo aún más allá. ¿Qué pasaría cuando tuviera
éxito y concibiera un pequeño ser dentro de sí? ¿Cómo nadie podía mirar esa
pequeña vida y aceptar que no era suya, que la habías perdido desde antes de
existir? No lo soportaría, se volvería loca sin remedio.
Y así pasaban los días para Laya, como una pendiente brutal directa a la sima.
Y así pasaban los días para Laya, como una pendiente brutal directa a la sima.
Estupendo este primer capítulo. Gracias por darla a conocer, Morgan.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias a ti por acompañarme. Eres un lector de lujo ;-)
ResponderEliminarMe gustó el primer capítulo, dan muchas ganas de seguir leyendo.
ResponderEliminarRetomó la lectura :)
Cómo me alegro :-)
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