viernes, 4 de marzo de 2016

ÚTERO-Civilizaciones Olvidadas. L. G. Morgan

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CAPÍTULO IV
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FIN DEL CAPÍTULO IV




Wizard, by Ertac Altinoz

Fue avisado el Comunicador, que acudió a la Casa de los Sacerdotes con presteza, preguntándose sin demasiado interés para qué sería requerido esta vez.
         Se trataba de un hombre de piel grisácea y apergaminada, encorvado por los años y delgado como un junco. No eran demasiado frecuentes las veces en que tenía que hacer uso de su talento, pero aún así cada ocasión le restaba años de vida. El desgaste era enorme.
         El hombre se sentó en una estera, en el centro del círculo que formaban los sacerdotes, y entonando una cantinela rítmica para sumirse en trance, entró en contacto con el espíritu de otro Comunicador, tal como le habían ordenado, en la siguiente ciudad que había hacia el este: Takl-a-Dussa.
         Pasados unos segundos el otro hombre, a kilómetros de distancia, escuchó de pronto la temida señal en su cabeza. Dejó entonces, de inmediato, lo que estaba haciendo y se encaminó con movimientos mecánicos a un lugar secreto y recogido donde recibir la información. Pasaron unos instantes antes de que el canal de la comunicación se abriera completamente en su mente. Entonces escuchó el mensaje dentro de sí hasta el final. Luego tardó aún un buen rato en poder moverse. Acudió al fin a buscar al Jefe del Consejo de su ciudad y le puso al corriente de las escalofriantes noticias.

De nuevo hubo una reunión angustiada de dirigentes. De nuevo se envió un mensaje. De nuevo se impartieron instrucciones para batir la superficie. Y el miedo se fue extendiendo como un reguero de pólvora, de ciudad en ciudad, por todo el Mundo bajo la Tierra.
         Cada ciudad ordenó la vigilancia continua de la superficie. Había que rastrear a una mujer huida. Y una vez localizada, salir a cazarla. Y llevarla por último de vuelta a Takl-in-Maku, la ciudad central donde se hallaba el Santuario, la Casa de la Roca Negra donde moraba el Dios.

En cientos de kilómetros a la redonda los periscopios de todas las ciudades se pusieron a funcionar. Los Reparadores de cada clan sacaron de los talleres los largos cilindros de metal dotados de espejos y lentes, y montaron una estrecha vigilancia por los alrededores.
         Y esa misma noche, Takl-in-Maku arrojó a sus Recolectores en pos de Laya Mervânie, armados con cuchillos y garrotes y acompañados por perros.
         Siguieron el rastro frío de la mujer bajo la luz cruel de la luna. Les llevaba horas de ventaja, pero sabían que no habría podido avanzar ni un solo paso durante el día, so pena de caer calcinada por efecto de la luz inclemente del sol.
         A medio camino hacia la cima de una montaña los perros encontraron una cueva, donde el olor de la muchacha confirmó su presencia durante un tiempo, seguramente todo lo que había durado el día. Apresuraron el paso. Alcanzaron la cumbre con esfuerzo, a punto de amanecer, y vieron un valle que se abría a sus pies, aún bajo la plateada claridad. Ni hombre ni animal alguno turbaba la quietud. La vista de los Recolectores era penetrante. Hacia el oeste había una llanura amplia y sobre el horizonte la masa boscosa más compacta que pudiera imaginarse.
         Los perros estaban inquietos, ladraban ansiosos por continuar la marcha, saboreando una libertad nunca conocida. El mundo era amplio y el aire fresco y nuevo. Uno de los hombres creyó distinguir algo a mitad de la llanura que conducía a los árboles. Algo muy pequeño que se movía furtivo en la inmensa meseta. Caminaba en dirección a la masa oscura que formaba el bosque.
         Pensó que era el camino más lógico que seguiría un fugitivo de su raza, consciente en todo momento de la necesidad de buscar refugio contra el sol. Valoró el hecho de dar la alarma, pero el miedo le detuvo. Aunque se tratase de la muchacha ya no estaban a tiempo de atraparla. No antes de que la hora más feroz del sol les hubiera abrasado la piel y cegado los ojos. Solo un pájaro podría cubrir tanta distancia a tiempo.
         Instó a los hombres a sus órdenes a emprender la retirada. Apenas tendrían el tiempo suficiente para volver a Takl-in-Maku. Y solo porque tenían la posibilidad de acceder a una entrada secreta más cercana, solo usada en casos extremos. Aún así, serían inevitables algunas quemaduras durante el inclemente amanecer.
         El destino de la mujer, decidió, ya no estaba en sus manos. Ahora era responsabilidad de las gentes de Takl-isten-Fao, la ciudad que había en el extremo oeste del mundo.

2 comentarios:

  1. Como engancha, sufro d sintomas de adicción.......Necesito seguir leyendo.

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  2. Eso es música para mis oídos... Y lo sabes XDD

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